“¿Por qué hemos de ser
autosuficientes?”
Por: Rafael Carrasco
Es bien sabido
que, desde hace mucho tiempo, han existido personas que “se creen
autosuficientes”; es decir, según ellos,
no necesitan de alguien más para
resolver sus problemas y, en los casos más extremos, ni aún de Dios.
Esta forma de
ser de algunas personas huele a “ateísmo” y a “soberbia diabólica” pues, como
sabemos, el diablo es soberbio, contrario a Jesús, que es manso y humilde de
corazón.
Mateo 11:29
“Llevad mi yugo
sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón;
y hallaréis descanso para vuestras almas;”
Si la gente que
es autosuficiente reconociera que su autosuficiencia “está destruyendo a esa
gente en pedazos”, entonces ello implicaría el reto de reconocer y desnudar tal
problema, dejando de lado el orgullo y sabiendo que, al lavar su corazón en la Sangre de Cristo, esa
Sangre aliviará su alma de todas sus cargas espirituales.
Veamos un
ejemplo clásico de autosuficiencia: El leproso Naamán cuya historia se relata
en 2 de Reyes 5:1-27
Naamán
representa a aquel ser humano que pone toda su confianza en sus títulos,
en sus logros, en el concepto que tiene de sí mismo; es decir, el ser humano
que se apropia de las victorias que Dios le ha otorgado por gracia, y las
sustituye erróneamente por obras propias.
Naamán tenía un
concepto tan alto de sí mismo, que las personas que le rodeaban vivían para
halagarlo sólo a él. Como lo tristemente lo hacen muchas personas, hacen las
cosas para sí mismos, para su propia gloria, en vez de que sus obras
glorifiquen a Dios.
Naamán tenía
valor para enfrentar los retos externos, pero por dentro estaba desbaratándose
a pedazos, pues era leproso. Como dije hace un momento.
Naamán, cuando
supo de la existencia de Eliseo, varón de Dios, consideraba que la sanidad de
su cuerpo leproso la lograría gracias a sus propios méritos y, de existir una
cura, él utilizaría sus influencias para vanagloriarse de que, gracias a sí
mismo, triunfó sobre esa enfermedad.
Sin embargo,
Dios le dio una gran lección a Naamán: su esposa sufría a diario la lepra de
él, pero Dios, en Su gran misericordia, le envió una muchacha entre la gente
que llevó cautiva de Israel, y ella era sierva de la mujer de Naamán, para
salvar a un autosuficiente que era esclavo de sí mismo.
Para Naamán, el
humillarse no existía en su manera de ser. Él jamás iba a reconocer su
debilidad y la fragilidad de su estado de salud que, tarde o temprano, acabaría
con su vida.
Naamán de por
sí no iba a humillarse a buscar quien lo podía sanar, sino que fue ante su
señor, y le dio una carta para llevársela al rey de Israel.
El rey de
Israel se espanta al recibir dicha carta, pues él sabía que no era Dios para
sanar a un leproso.
Pero notemos
que Dios puso estratégicamente al profeta Eliseo para sanar a Naamán de su
lepra.
Otro error de
Naamán era que tenía una alta estima por la riqueza material, que por la
riqueza espiritual.
La riqueza
espiritual es altamente bendecida por Dios, no solamente con prosperidad en
todos sus aspectos, sino también con salud espiritual, porque Dios es el dueño
de toda la plata y de todo el oro que hay en este mundo, así como de la Tierra en su conjunto.
Hageo 2:8
“Mía es la
plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos.”
Salmos 24:1
“De Jehová es
la tierra y su plenitud; El
mundo, y los que en él habitan.”
Eliseo demandó
que Naamán fuera donde él, para que Naamán se diera cuenta de que había un
profeta de Dios en Israel: el profeta del único Dios vivo y verdadero.
Cuando Naamán
llego a las puertas de la casa de Eliseo, pensaba que Eliseo saldría a
recibirle, haciéndole honores como a un gran señor, pero Eliseo ni siquiera
salió a recibirlo, y ello empezó a corroer el orgullo de Naamán.
Lo que hizo
Eliseo, fue enviar a Naamán a su siervo Giezi, y dijera a Naamán que fuera al
Río Jordán y se zambullera 7 veces en él, y su carne sería restaurada.
Naamán no tuvo
más remedio que “tragarse su orgullo” y humillarse a obedecer a Eliseo. Naamán
sabía que tendría que ser visto desnudo por la gente que lo acompañaba, y
tenía, al mismo tiempo, que aprender a verse y ser visto tal y como él era,
entendiendo que ese éxito no provenía de su vanagloria, sino de
la gracia de Dios en su vida.
Naamán,
naturalmente, como era sumamente orgulloso, se fue enojado de la casa de Eliseo.
También, gracias a Dios, sus propios criados que lo acompañaban le dieron a
Naamán una gran lección de humildad, cuando sabiamente lo instaron a
zambullirse en el Río Jordán, como lo había mandado Eliseo.
Acto seguido,
Naamán desciende al río Jordán a zambullirse, y queda sano, de acuerdo a la
palabra de Eliseo.
De esta
historia, aprendimos una gran lección: las 7 veces que Naamán se zambulló en el
Jordán, son siete tiempos que Dios usa para que una persona incrédula
cambie y se transforme.
Algunas
personas aguantan hasta 2 tiempos, pero al tercer tiempo ya están escapando de
la corrección de Dios, y no falta quien busque ser sanado por su propia
voluntad, cuando es Dios quien dispone lo que es mejor para esa persona.
El Naamán que
salió del Jordán ya no era el mismo: De no haberse zambullido esas 7 veces que
le mandó Eliseo, él mismo se habría aniquilado no solamente por su lepra
física, sino también por su lepra espiritual.
Naamán se
sentía feliz por haber sido sanado por Dios, pues reconoció que Él lo había
sanado, y decidió que no sacrificaría holocausto ni ofrecería sacrificio a
otros dioses, sino a Jehová.
Resulta
entonces evidente que Naamán reconoció la grandeza de Jehová.
Ahora bien, la
ceguera de vanidad de Giezi, siervo de Eliseo, por codiciar los regalos que
Naamán había ofrecido a Eliseo como recompensa por haber sido sanado de su
lepra, fueron causa de su desgracia: Giezi y su descendencia quedaron leprosos
para siempre.
Para terminar:
Sea uno quien sea, debe auto examinarse, para saber si estamos comportándonos
como un hijo de Dios, o si nuestra posición de vanagloria nos está cegando
espiritualmente. La Biblia
es muy clara también en este aspecto.
Hebreos 12:5-8
“y habéis ya
olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no
menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por
él;
Porque el Señor
al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
Si soportáis la
disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el
padre no disciplina?
Pero si se os
deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois
bastardos, y no hijos.”
Dios les
bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario