jueves, 14 de agosto de 2014

"¿Por qué hemos de ser autosuficientes?"

“¿Por qué hemos de ser autosuficientes?”

Por: Rafael Carrasco

Es bien sabido que, desde hace mucho tiempo, han existido personas que “se creen autosuficientes”; es decir, según ellos, no necesitan de alguien más para resolver sus problemas y, en los casos más extremos, ni aún de Dios.

Esta forma de ser de algunas personas huele a “ateísmo” y a “soberbia diabólica” pues, como sabemos, el diablo es soberbio, contrario a Jesús, que es manso y humilde de corazón.
Mateo 11:29
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;”

Si la gente que es autosuficiente reconociera que su autosuficiencia “está destruyendo a esa gente en pedazos”, entonces ello implicaría el reto de reconocer y desnudar tal problema, dejando de lado el orgullo y sabiendo que, al lavar su corazón en la Sangre de Cristo, esa Sangre aliviará su alma de todas sus cargas espirituales.

Veamos un ejemplo clásico de autosuficiencia: El leproso Naamán cuya historia se relata en 2 de Reyes 5:1-27

Naamán representa a aquel ser humano que pone toda su confianza en sus títulos, en sus logros, en el concepto que tiene de sí mismo; es decir, el ser humano que se apropia de las victorias que Dios le ha otorgado por gracia, y las sustituye erróneamente por obras propias.
Naamán tenía un concepto tan alto de sí mismo, que las personas que le rodeaban vivían para halagarlo sólo a él. Como lo tristemente lo hacen muchas personas, hacen las cosas para sí mismos, para su propia gloria, en vez de que sus obras glorifiquen a Dios.

Naamán tenía valor para enfrentar los retos externos, pero por dentro estaba desbaratándose a pedazos, pues era leproso. Como dije hace un momento.

Naamán, cuando supo de la existencia de Eliseo, varón de Dios, consideraba que la sanidad de su cuerpo leproso la lograría gracias a sus propios méritos y, de existir una cura, él utilizaría sus influencias para vanagloriarse de que, gracias a sí mismo, triunfó sobre esa enfermedad.
Sin embargo, Dios le dio una gran lección a Naamán: su esposa sufría a diario la lepra de él, pero Dios, en Su gran misericordia, le envió una muchacha entre la gente que llevó cautiva de Israel, y ella era sierva de la mujer de Naamán, para salvar a un autosuficiente que era esclavo de sí mismo.

Para Naamán, el humillarse no existía en su manera de ser. Él jamás iba a reconocer su debilidad y la fragilidad de su estado de salud que, tarde o temprano, acabaría con su vida.
Naamán de por sí no iba a humillarse a buscar quien lo podía sanar, sino que fue ante su señor, y le dio una carta para llevársela al rey de Israel.
El rey de Israel se espanta al recibir dicha carta, pues él sabía que no era Dios para sanar a un leproso.
Pero notemos que Dios puso estratégicamente al profeta Eliseo para sanar a Naamán de su lepra.

Otro error de Naamán era que tenía una alta estima por la riqueza material, que por la riqueza espiritual.
La riqueza espiritual es altamente bendecida por Dios, no solamente con prosperidad en todos sus aspectos, sino también con salud espiritual, porque Dios es el dueño de toda la plata y de todo el oro que hay en este mundo, así como de la Tierra en su conjunto.
Hageo 2:8
“Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos.”
Salmos 24:1
“De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan.”

Eliseo demandó que Naamán fuera donde él, para que Naamán se diera cuenta de que había un profeta de Dios en Israel: el profeta del único Dios vivo y verdadero.

Cuando Naamán llego a las puertas de la casa de Eliseo, pensaba que Eliseo saldría a recibirle, haciéndole honores como a un gran señor, pero Eliseo ni siquiera salió a recibirlo, y ello empezó a corroer el orgullo de Naamán.

Lo que hizo Eliseo, fue enviar a Naamán a su siervo Giezi, y dijera a Naamán que fuera al Río Jordán y se zambullera 7 veces en él, y su carne sería restaurada.
Naamán no tuvo más remedio que “tragarse su orgullo” y humillarse a obedecer a Eliseo. Naamán sabía que tendría que ser visto desnudo por la gente que lo acompañaba, y tenía, al mismo tiempo, que aprender a verse y ser visto tal y como él era, entendiendo que ese éxito no provenía de su vanagloria, sino de la gracia de Dios en su vida.

Naamán, naturalmente, como era sumamente orgulloso, se fue enojado de la casa de Eliseo. También, gracias a Dios, sus propios criados que lo acompañaban le dieron a Naamán una gran lección de humildad, cuando sabiamente lo instaron a zambullirse en el Río Jordán, como lo había mandado Eliseo.

Acto seguido, Naamán desciende al río Jordán a zambullirse, y queda sano, de acuerdo a la palabra de Eliseo.

De esta historia, aprendimos una gran lección: las 7 veces que Naamán se zambulló en el Jordán, son siete tiempos que Dios usa para que una persona incrédula cambie y se transforme.
Algunas personas aguantan hasta 2 tiempos, pero al tercer tiempo ya están escapando de la corrección de Dios, y no falta quien busque ser sanado por su propia voluntad, cuando es Dios quien dispone lo que es mejor para esa persona.

El Naamán que salió del Jordán ya no era el mismo: De no haberse zambullido esas 7 veces que le mandó Eliseo, él mismo se habría aniquilado no solamente por su lepra física, sino también por su lepra espiritual.

Naamán se sentía feliz por haber sido sanado por Dios, pues reconoció que Él lo había sanado, y decidió que no sacrificaría holocausto ni ofrecería sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.
Resulta entonces evidente que Naamán reconoció la grandeza de Jehová.

Ahora bien, la ceguera de vanidad de Giezi, siervo de Eliseo, por codiciar los regalos que Naamán había ofrecido a Eliseo como recompensa por haber sido sanado de su lepra, fueron causa de su desgracia: Giezi y su descendencia quedaron leprosos para siempre.

Para terminar: Sea uno quien sea, debe auto examinarse, para saber si estamos comportándonos como un hijo de Dios, o si nuestra posición de vanagloria nos está cegando espiritualmente. La Biblia es muy clara también en este aspecto.

Hebreos 12:5-8
“y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.”


Dios les bendiga.

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