“¿Qué tan dañina es la envidia?”
Por:
Rafael Carrasco.
La envidia es tan común, que la mayoría de
la gente la padece en algún grado. Inclusive, queda inmortalizada en la
tradición popular del refrán: “Si la envidia fuera flor, mi barrio sería un
jardín.”
A la envidia se le define como: La
incapacidad de alegrarse con el éxito o triunfo del prójimo.
La envidia es tan antigua como el género
humano. Caín mató a Abel por envidia.
Génesis 4:2-10
4:2 “Después dio a luz a su hermano Abel. Y
Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra.
4:3 Y aconteció andando el tiempo, que Caín
trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová.
4:4 Y Abel trajo también de los
primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado
a Abel y a su ofrenda;
4:5 pero no miró con agrado a Caín y a la
ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
4:6 Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué
te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?
4:7 Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?
y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su
deseo, y tú te enseñorearás de él.
4:8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos
al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su
hermano Abel, y lo mató.
4:9 Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel
tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
4:10 Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz
de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.”
A Jesús lo mataron por envidia.
Mateo 27:18
“Porque sabía que por envidia le
habían entregado.”
La envidia hace mirar al éxito ajeno como
fracaso propio. El envidioso tiene los sentimientos invertidos, en oposición a la Palabra de Dios, porque se
entristece con el bien, los éxitos y el triunfo de otro, y se alegra
cuando el otro fracasa.
La envidia es un cáncer espiritual, el cual
corroe el corazón y los huesos. Es una verdadera enfermedad del alma, la cual
hay que confesarla como pecado y pedirle a Dios la sanidad interior.
Proverbios 14:30
“El corazón apacible es vida de la carne;
Mas la envidia es carcoma de los huesos.”
Lo que Salomón quiso decir en el pasaje
bíblico anterior, es que la envidia penetra hasta nuestros huesos, contaminando
así el interior de nuestro cuerpo, y extendiéndose por las partes de nuestra
personalidad moral y espiritual.
De tal forma asentada y diluida en nuestro
ser trinitario (cuerpo, alma y espíritu), la envidia va royendo y taladrando
nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu: la vida entera.
El ser envidioso, lo convierte a uno en un
ser atormentado y acomplejado, porque la envidia es uno de los poquísimos
pecados que “no produce placer a quien lo comete”.
El envidioso no disfruta de nada; al
contrario, se mortifica a sí mismo.
La persona que murmura es aquella que habla
entre los dientes, manifestando queja o disgusto por algo. Además, el
murmurador puede hablar en perjuicio de un ausente, censurando las acciones del
ausente.
Este tipo de persona nunca confesará que
es así pero, en el fondo de su murmuración, está la envidia.
Hechos 7:9
“Los patriarcas, movidos por envidia,
vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él,”
Generalmente, al envidioso le atormenta
más lo que posee el otro, que lo que a él le falta.
De hecho, la envidia, como causa de la
murmuración, la vemos en:
Números 12:1
“María y Aarón hablaron contra Moisés
a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer
cusita.”
Números 12:3
“Y aquel varón Moisés era muy manso,
más que todos los hombres que había sobre la tierra.”
Salmos 106:16
“Tuvieron envidia de Moisés en el
campamento, Y contra Aarón, el santo de Jehová.”
Nadie
puede sostenerse delante de la envidia, ni delante de la murmuración.
Proverbios 27:4
“Cruel es la ira, e impetuoso el furor; Mas
¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?”
La envidia acorta la vida y hace envejecer
prematuramente.
Pablo le habla a Tito, explicándole que
todos, si no nos sanamos interiormente con la gracia de Cristo, vivimos sujetos
a la envidia y a todo tipo de enfermedades espirituales.
Tito 3:3
“Porque nosotros también éramos en otro
tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y
deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros.”
Para concluir: Debemos implorar a Dios que
nos sane de la envidia, para que así podamos alegrarnos del bien ajeno, vivir
libres, felices y satisfechos con lo que tenemos y somos.
Hebreos 13:5
“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos
con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te
dejaré;”
Dios les bendiga.
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