“TERCERA PALABRA DE JESÚS.”
Por: Rafael Carrasco
Juan 19:26-27 “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.”
Después de que los soldados romanos repartieran por suerte las ropas de Jesús, vemos que María estaba junto a la cruz de Jesús, y podríamos imaginar el dolor que sentía aquella pobre madre de ver a su Hijo moribundo, cruelmente castigado al estilo romano; castigo aquel que sólo se daba a los criminales: la crucifixión.
Fíjense cómo la gente de Su propio pueblo gritaba a Pilatos que crucificara a Jesús. Totalmente repleta de Satanás estaban las almas y las mentes de aquellas gentes que a una sola voz gritaban tan cruel petición.
Pilatos estaba tan abrumado por la decisión del pueblo judío, que mejor prefirió lavar sus manos y decirles a los judíos que se los entregaba a ellos, pero que él, Pilatos, era inocente de la muerte de ese Justo.
Ahora bien, ¿qué hubiera pasado si Pilatos se hubiera resistido a entregar a la muerte a Jesús? Seguramente los judíos lo iban a linchar a él, teniéndolo por traidor al César romano.
Jesús se condolió tanto de Su madre, que permitió que una persona de su confianza se hiciera cargo de su cuidado. Jesús sentía que no podía dejar desamparada a Su madre, ya de por sí muy dolida por la angustia y por el sufrimiento tenidos al ver a su Hijo moribundo a causa del peor de los castigos ejecutados por los romanos.
Jesús vio en Juan, Su discípulo amado, al hombre ideal para que cuidara de María Su madre. Es como si, por así decirlo, Jesús se mirara en Juan como en un espejo: vio a Juan como el hombre indicado, como el hombre digno de cuidar de Su madre, después de la muerte de Jesús.
No olvidemos que faltaba poco tiempo para que Jesús muriera, y quería asegurarse del cuidado de Su madre, mostrando así Su responsabilidad como un verdadero Hijo.
Con este suceso, Jesús nos dio ejemplo a nosotros los hijos, de que actuemos como Él lo hizo: con amor verdadero y sinceridad hacia nuestros padres.
Jesús quiere y se agrada de vernos como hijos “de calidad”; como hijos dignos de llevar siempre Su bendición.
Dios les bendiga.
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